El desafío de controlar nuestras emociones

Al preparar un estudio para el grupo de parejas en el que participamos en nuestra iglesia local, mi esposa y yo identificamos algo muy importante, que se aplica mucho a nuestras relaciones matrimoniales, pero que al final también se aplica a nuestro trabajo y vida con Dios: el control de nuestras emociones.

Si te pones a pensar, verás fácilmente, lo cuanto nuestras emociones están directamente relacionadas con las peleas y discusiones con nuestro cónyuge. Mi esposa hace o dice algo que me provoca una emoción, que podría ser enojo, tristeza, desilusión, rabia. Si no sé controlar esta emoción, lo más probable es que tenga una reacción destructiva, que puede ser ofender, quejarse, gritar o simplemente el tradicional “enfurruño”, que es enojarme y quedarme en silencio. Sin embargo, si sé controlar mis emociones, mi reacción puede ser más constructiva y menos destructiva.

Lo mismo se aplica a nuestro trabajo. Cuando no tengo control sobre mis emociones, me dejo afectar por el desánimo, la frustración, la envidia o el orgullo, y esto afecta mi desempeño profesional.

En mi vida con Dios, si no controlo mis emociones, sólo alabaré a Dios cuando sienta alegría y gozo, y no podré hacerlo en momentos de angustia o dificultad. Si no sé cómo manejar mi ansiedad o angustia, muy rápidamente renunciaré a la oración y a la lectura de la palabra.

No es de extrañar que varios de los frutos del Espíritu, que se encuentran en Gálatas 5, hagan referencia directa o indirecta a las emociones: amor, gozo, paz, paciencia, dominio propio, humildad. Mientras tanto, los frutos de nuestra naturaleza humana tienen más relación con nuestras acciones: inmoralidad sexual, acciones indecentes, idolatría, brujería, peleas y divisiones. Nuestras emociones nos llevan a nuestras acciones. Y por eso, el secreto está en aprender a controlar estas emociones.

Por eso, Proverbios, en el capítulo 25, versículo 28, nos dice que “Una persona sin control propio es como una ciudad con las murallas destruidas.”. Es interesante, porque una ciudad sin murallas, no es una ciudad que ataca y lastima a otras, sino más bien, una ciudad sin defensa, que puede ser invadida y destruida fácilmente. Por tanto, el gran problema de no controlar nuestras emociones no es sólo herir a los demás, sino destruirnos a nosotros mismos.

Oración: Señor, ayúdame a controlar mis emociones. No quiero ser una ciudad sin murallas, que puede ser fácilmente destruida. Ayúdame, Señor, a tener dominio propio. Amén.

Versículo base: Una persona sin control propio es como una ciudad con las murallas destruidas. (NTV) Proverbios 25:28

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