Carta en el lecho de muerte

Cierto hombre estaba en su lecho de muerte. Muy enfermo, sabía que le quedaban unos días, tal vez horas, de vida. Pidió papel y bolígrafo y escribió esta carta:

“Estoy llegando al encuentro que siempre quise evitar. Mientras ese encuentro estaba muy lejos, era fácil pensar que sería un pasaje tranquilo. Pero no lo es. De pronto, siento un vacío que me invade el alma y descubro que soy y estoy muy apegado a esta vida terrenal.

Aún sabiendo que pronto estaré con el creador, el apego a esta vida terrenal toma cuenta de mi ser. Todo lo extraño, todo es nostalgia, aunque todavía estoy aquí. Ya extraño el sol, el pan, la brisa del viento y el abrazo. Es interesante pensar que no echo de menos esa elegante oficina que alguna vez tuve o el último modelo de auto que compré. Son cosas mucho más baratas las que echo de menos ahora.

En mi carrera profesional, he logrado todo lo que un hombre puede desear. Y lo que un día me llenó de tanto orgullo, hoy parece no tener ningún valor. Pienso en todos los días en que estuve preocupado y estresado, y no encuentro ningún sentido en mis preocupaciones y temores. Recuerdo los títulos y diplomas y no valen más que una servilleta o papel para envolver el pan.

Ah, el pan recién horneado de mi madre. Valdría mucho más que el mejor plato en el restaurante más caro en el que he comido. O el arroz con huevo de mi esposa, cuando empezábamos nuestro matrimonio y no había dinero para comprar carne, sería el plato que pediría como último deseo si estuviera en el corredor de la muerte. Escribir esto ahora, me hizo reír, porque el corredor de la muerte es justo donde estoy, tan solo me falta un verdugo para mi ejecución.

Esta carta no se la escribo a nadie, pero la escribo a todos al mismo tiempo. A nadie, porque no hay nadie esperándola. Ni la esposa que abandoné, ni los hijos que dejé sin padre. Nadie que no reciba un salario está aquí ahora. Los “pagados” a mi alrededor solo cumplen su función de minimizar mi pasaje y lo hacen muy bien. Y mis seres queridos están lejos porque yo los alejé. Y morir solo es la factura que estoy pagando ahora.

Afortunadamente, conocí a Cristo, a tiempo, antes de irme. Desafortunadamente, era demasiado tarde para recuperar mi vida aquí en la tierra. Demasiado tarde para tomar las decisiones correctas y ser alguien más parecido Jesús. Me pregunto cómo sería mi vida, si hubiera sido más espiritual y menos carnal. Pero esto lo voy a descubrir en otra parte, ya fuera de este mundo, en el plan eterno.

De lo poco que aprendí de la Biblia en estos 3 días de conocer a mi salvador, me quedo con Isaías 57, versículo 2: “Descansan en sus lechos Los que andan en su camino recto”. Y aunque he andado recto, tan solo algunos pocos días, tengo fe en que hallaré descanso, porque he entendido la gracia de Cristo.

A los que se quedan y leen esta carta, les dejo otro texto que aprendí. Está en el Salmo 68, versículos 3 y 4: “Alégrense los justos, regocíjense delante de Dios; Sí, que rebosen de alegría. Canten a Dios, canten alabanzas a Su nombre; Abran paso al que cabalga por los desiertos, Cuyo nombre es el Señor; regocíjense delante de Él.

Si ya conoces a Cristo, nada más debería quitarte el gozo. Y si yo pudiera vivir unos días más, lucharía por recuperar a mi familia y nada me desanimaría. Y quizás tú, mi lector, todavía tenga salud y tiempo para recuperar a su familia. Mi deseo es que nada te impida hacerlo”.

Y 40 minutos después de escribir la carta, ese hombre descansó.

Tú, sin embargo, todavía estás aquí.
Y nada te impide hacer las cosas de otra manera y mejor.
Que Dios les dé sabiduría para saber lo que se debe hacer.

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