“Ahora ve a las aguas más profundas”

En Lucas, capítulo 5, encontramos a Jesús al comienzo de su ministerio, predicando a una pequeña multitud, desde una barca, que estaba en aguas poco profundas, cerca de la playa. Esta barca pertenecía a Simón, quien pronto sería llamado por Jesús para ser su discípulo y se convertiría en Pedro, tan conocido por todos nosotros.

Es interesante ver que Jesús predicó a las multitudes en aguas poco profundas. Pero él llama a Simón y le dice: “Ahora ve a las aguas más profundas”. Y allí, Simón tiene una experiencia extraordinaria con Jesús. Cuando echó sus redes, después de haber pescado toda la noche sin coger nada, vio que se rompían porque estaban muy pesadas y llenas de peces.

Trazando un paralelo con nuestra vida, puedo ver que en aguas poco profundas recibo la palabra, junto con la multitud. Es cuando voy a la iglesia y recibo la palabra del Señor, junto con otros hermanos. Sin embargo, si quiero que esta palabra se convierta en una experiencia extraordinaria con mi Dios, necesito adentrarme en aguas profundas. A aguas profundas yo voy a solas con Dios. Es cuando cierro la puerta de mi cuarto, doblo las rodillas y me dispongo a escuchar su voz. Es cuando, en mi intimidad, abro la palabra de Dios, para leerla y meditar en ella. En las aguas poco profundas simplemente me siento y recibo la palabra. En aguas profundas, tengo que echar las redes, como un acto de fe, incluso después de haberlas echado varias veces, sin ver ningún pez en ellas.

Hoy el Señor te dice las mismas palabras que le dijo a Pedro: “Ahora ve a las aguas más profundas” . Allí, en las aguas profundas, el Señor tiene algo extraordinario para ti.

Oración: Señor, quiero ir a las aguas profundas. Quiero tener experiencias extraordinarias contigo. Amén.

Texto base:
Cierto día, mientras Jesús predicaba en la orilla del mar de Galilea, grandes multitudes se abalanzaban sobre él para escuchar la palabra de Dios. 
Jesús notó dos barcas vacías en la orilla porque los pescadores las habían dejado mientras lavaban sus redes.
Al subir a una de las barcas, Jesús le pidió a Simón, el dueño de la barca, que la empujara al agua. Luego se sentó en la barca y desde allí enseñaba a las multitudes. 
Cuando terminó de hablar, le dijo a Simón: —Ahora ve a las aguas más profundas y echa tus redes para pescar.
—Maestro —respondió Simón—, hemos trabajado mucho durante toda la noche y no hemos pescado nada; pero si tú lo dices, echaré las redes nuevamente.
Y esta vez las redes se llenaron de tantos peces ¡que comenzaron a romperse!
Un grito de auxilio atrajo a los compañeros de la otra barca, y pronto las dos barcas estaban llenas de peces y a punto de hundirse.
Cuando Simón Pedro se dio cuenta de lo que había sucedido, cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: —Señor, por favor, aléjate de mí; soy un hombre tan pecador.
Pues estaba muy asombrado por la cantidad de peces que habían sacado, al igual que los otros que estaban con él.
Sus compañeros, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, también estaban asombrados. Jesús respondió a Simón: —¡No tengas miedo! ¡De ahora en adelante, pescarás personas!
Y, en cuanto llegaron a tierra firme, dejaron todo y siguieron a Jesús.
Lucas 5: 1-11 (NTV)

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