Manantial del que brotará vida eterna
En 2008, la sonda espacial Phoenix hizo uno de los mayores descubrimientos en la historia de la NASA: encontró agua en Marte. La sonda llegó a Marte el 25 de mayo y en 19 de junio, encontró hielo y luego nieve. En octubre del mismo año, con la entrada del invierno en Marte y la reducción de la intensidad solar, la sonda entró en modo de reposo, siendo declarada oficialmente “muerta” el 25 de mayo de 2010, exactamente 2 años después de la llegada a Marte.
El agua es sinónimo de vida. No hay forma de vida sin agua. Por lo tanto, el descubrimiento de Phoenix fue algo extraordinario, ya que el hombre continúa en su búsqueda de vida, en cualquier forma, fuera de la tierra.
En el texto de Juan 4, está registrado el encuentro de Jesús con la mujer samaritana. En este encuentro, Jesús ofreció agua a esta mujer. Pero no era cualquier agua. El agua que Cristo ofreció era la mejor y más refrescante de todas las aguas: el agua de vida eterna.
El agua de este mundo sacia nuestra sed solo por un corto tiempo. Sin embargo, el agua de vida eterna mata nuestra sed por toda la eternidad. Ninguna otra agua, ya sea en la tierra, en Marte o en cualquier otro lugar de este universo, puede saciar nuestra sed por toda la eternidad. Y esta es el agua que quiero beber.
Oración: Señor, quiero beber el agua de la vida eterna, para no volver a tener sed nunca más. ¡Amén!
Versículo base: –Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed –respondió Jesús–, pero el que beba del agua que yo le daré, no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial del que brotará vida eterna. (NVI) Juan 4:13-14