La parábola del hijo pródigo

El papá recibe el hijo prodigo

La parábola del hijo pródigo es la imagen más pura del amor, la gracia y la misericordia que Dios tiene para con nosotros. En este conocido relato de Jesús, el hijo menor de un hombre, pide su parte de la herencia y deja su hogar para vivir su vida como le plazca. Lo pierde todo, y después de pasar hambre, decide regresar a la casa de su padre, no como un hijo, sino como un empleado, ya que ya no se siente digno de ser tratado como un hijo. Y lo que nos cuenta la historia es que su padre, ignorando todo el mal que ha hecho, lo recibe con los brazos abiertos, como a un hijo y no como a un empleado. Da un banquete y se regocija por el hijo perdido que ha regresado.

Esta ilustración está llena de pequeñas y grandes verdades. Y se podría escribir un libro entero sobre tantas cosas que podemos aprender de ella. Pero aquí, elijo enfatizar en la gracia y la misericordia del padre. Da la bienvenida a su hijo e ignora todo el mal que se ha hecho. A diferencia de cómo actuamos, tú y yo, él no aprovechó para decir “te lo dije” o “te lo merecías“. Cuando alguien viene a nosotros arrepentido, lo único que tenemos que hacer es perdonar, amar, recibir con amor, abrazarlo y regocijarnos.

Mi amado hermano, que seamos más sensibles a la gracia y misericordia de Dios. Porque no somos dignos de ella. Si alguien ha pecado contra nosotros, no somos superiores a él. Somos tan pecadores como él y necesitados de la misma gracia ante Dios.

Que nuestro corazón se quebrante por este amor incondicional que recibimos del cielo todos los días y podamos, de una vez por todas, comprender que todo es gracia de Dios. Nada más que gracia.

Oración: Señor, quiero tener un corazón como este padre del hijo pródigo. Quiero dar a otros la gracia y la misericordia que recibo diariamente de ti. Amén.

Texto base: Jesús añadió: «Cierto hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde”. Y él les repartió sus bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntándolo todo, partió a un país lejano, y allí malgastó su hacienda viviendo perdidamente. »Cuando lo había gastado todo, vino una gran hambre en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se acercó a uno de los ciudadanos de aquel país, y él lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y deseaba llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Entonces, volviendo en sí, dijo: “¡Cuántos de los trabajadores de mi padre tienen pan de sobra, pero yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; hazme como uno de tus trabajadores’ ” ». «Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él, y corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”.  Pero el padre dijo a sus siervos: “Pronto; traigan la mejor ropa y vístanlo; pónganle un anillo en su mano y sandalias en los pies. Traigan el becerro engordado, mátenlo, y comamos y regocijémonos; porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron a regocijarse. (NBA2005) Lucas 15:11-24

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