¿Eliges la venganza o la misericordia?

Se dice que cierto joven era víctima de bullying en su escuela todos los días. Se llamaba Otávio Burgos y a los 12 años conoció, de primera mano, lo que era ser humillado todos los días, con comentarios ofensivos sobre su apariencia, bofetadas, pegamento dentro de sus cuadernos y hasta excrementos de animales dentro de su mochila. Todo era orquestado por un solo individuo, llamado Lindomar Azevedo, quien lideraba un grupo de 5 o 6 “delincuentes en formación”. Para Lindomar y su grupo, Otávio Burgos era “Otario Burros”.

A pesar de todas las denuncias presentadas a la dirección de la escuela, los ataques nunca cesaron. Y así, Otávio sufrió a manos de Lindomar y su banda, durante al menos 3 años.

Pasaron los años y Otávio se graduó en administración de empresas y abrió su propio negocio, una concesionaria de autos importados, con un total de 4 locales, en diferentes puntos de la ciudad. A la edad de 35 años, ya era un exitoso hombre de negocios. Un día, cuando llegaba a una de sus tiendas, estacionó su auto en el lugar habitual y observó a un hombre buscando entre la basura, botellas de reciclaje. Miró más de cerca y concluyó: era Lindomar Azevedo, su torturador de la época escolar.

Otávio no podía creer lo que estaba viendo. El arrogante e insensible Lindomar, hurgando en la basura para ganarse la vida, mientras él, Otávio, después de estacionar su auto de lujo, caminaba hacia su tienda, vestido con traje y corbata. Su primer pensamiento fue aprovechar el momento para humillar a su antiguo oponente. Y entonces se acercó:
– “Creo que te conozco. Quizás estudiamos juntos en la Escuela Padre Ignácio”.
– “Sí, estudié allí, pero no te recuerdo”, respondió Lindomar.
– “¿Cómo te llamas?”, preguntó Otávio, para confirmar la identidad de su antiguo enemigo.
– “Lindomar Azevedo, a sus órdenes. ¿Y su nombre mi señor?”

Entonces, Otávio pensó que había llegado el momento de revelar su nombre y humillar, de alguna manera, a quien tantas veces lo había humillado durante su época escolar.

Sin embargo, el Espíritu Santo lo detuvo. Otávio, que había conocido a Cristo poco antes de cumplir 30 años, ya podía escuchar la voz del Espíritu Santo, que le ordenaba darle a Lindomar, la misma misericordia que había recibido de Cristo en la cruz.

Entonces Otávio respondió:
– “Mi nombre no importa. Lo que realmente importa es que en este concesionario tenemos algunas vacantes abiertas para Trainees. Queremos formar un nuevo equipo de vendedores. Y creo que usted podría aspirar a una de estas vacantes”.

Lindomar tuvo una gran mezcla de sentimientos, entre sorpresa, incredulidad, asombro y confusión. Un extraño le estaba ofreciendo, a un recolector de botellas, sucio y andrajoso, un puesto de aprendiz en un concesionario de automóviles importados. Sin embargo, Lindomar sabía que no tenía nada que perder y decidió postularse para el puesto.

Otávio abrió su cartera, sacó dinero y se lo entregó a Lindomar diciendo:
– “Este dinero es para que vayas a una barbería, te arregles la barba y el cabello. Después quiero que vayas a la tienda de ropa de esa esquina. Dejaré pagados a tu nombre, un traje, una camisa, una corbata y un par de zapatos, para que así, puedas venir a la entrevista mañana a las 8, bien presentado.”

Así, Lindomar se presentó a la entrevista como un hombre nuevo, limpio, bien vestido y fue seleccionado para una de las vacantes de aprendiz. Cuando ya estaba firmando su contrato de trabajo, señaló desde lejos a Otávio, y le preguntó a un empleado:
– “Disculpe, ¿cómo se llama ese señor que está hablando por teléfono?”
El empleado, sonriendo, respondió:
– “Ese señor es el dueño del concesionario, el señor Otávio Burgos. Nos dijo que tenía muchas ganas de contratarlo y que le diéramos el mejor trato posible”.

Al escuchar el nombre de Otávio Burgos, Lindomar rápidamente recordó a “Otario Burros”, su víctima favorita de su época escolar. Y se confundió aún más con toda la atención y cuidado que recibió, de alguien a quien siempre había tratado mal.

Pasaron dos meses hasta que Lindomar tuvo la oportunidad de hablar a solas con Otávio, para entender el por que de ayudar a quien nunca tuvo consideración por él.

Otávio finalmente miró a Lindomar a los ojos y dijo:
“Tú eres pecador, como yo. Yo no era digno de la misericordia de Dios, pero aún así la recibí. Y luego aprendí que yo también debo tener misericordia, incluso de aquellos que no la merecen. Y lo que hice por ti, es mucho menos de lo que Cristo ya hizo por mi en la cruz.”

Lindomar, por primera vez en su vida, escuchaba un testimonio de verdadera transformación, que sólo en Cristo podemos encontrar. Y de la misma manera decidió entregar su vida a Cristo y ser transformado por Él.

Entre la venganza y la misericordia, Otávio eligió la misericordia. Y en lugar de unos minutos de satisfacción, que podría traer la venganza, Otávio logró alcanzar una alma, que pasará la eternidad con Cristo.

¿Qué vale más? ¿Unos minutos de satisfacción que puede aportar la venganza? ¿O una eternidad de gozo y alegría en el cielo?

Oración: Señor, que siempre elija la misericordia, porque la venganza no es mía. Amén.

Versículo base: Queridos amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la justa ira de Dios. Pues dicen las Escrituras: «Yo tomaré venganza; yo les pagaré lo que se merecen», dice el Señor.” (NVI) Romanos 12:19

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