Pentecostés

Una planta seca. Efesios 4:30

Hoy celebramos el llamado día de Pentecostés. Aproximadamente 10 días después de la ascensión de Cristo al cielo, el Espíritu Santo, el tercer miembro de la trinidad, nos fue enviado para vino a vivir entre nosotros. Por lo tanto, creo que el día de Pentecostés debería celebrarse tanto como la Navidad.

Toda la narrativa está en Hechos, capítulo 2.“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”, Hechos 2: 1-4.

Desde entonces, el Espíritu Santo ha sido quien nos orienta, nos guía en la lectura de la palabra de Dios y nos ayuda a tomar las mejores decisiones. Estudiando la Bíblia, podemos observar a un Dios Padre presente en todo el Antiguo Testamento. Luego tuvimos el privilegio de ver al Dios hijo, en la carne, en el Nuevo Testamento. Y ahora tenemos el privilegio de vivir diariamente con este tercer miembro de la trinidad, el Espíritu Santo.

Aprendemos de la Biblia que el Espíritu Santo puede estar feliz o entristecido por nuestras actitudes. “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. También aprendimos que el Espíritu Santo mora dentro de nosotros. “¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?” (1 Corintios 3:16).

Cuánta responsabilidad tenemos cada uno de nosotros, sabiendo que el Espíritu Santo de Dios, no solo se regocija o se entristece por nuestras actitudes, sino que también habita en nosotros.

Oración: Señor, quiero alegrar al Espíritu Santo, que habita dentro de mí. Necesito tu sabiduría para poder hacerlo. Amén!

Versículo base: Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. (RV 1960) Efésios 4: 30-32

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