Toda elección es una renuncia
Toda elección es una renuncia. Cuando elijo un camino, renuncio a todos los demás.
Al crear el mundo y el universo, nuestro creador estableció algunas leyes y una de ellas es que no podemos estar en dos lugares al mismo tiempo. Por lo tanto, cada vez que decido estar en un lugar, renuncio a estar en cualquier otro sitio posible. Asimismo, si estoy en un restaurante, aunque haya 50 platos diferentes en el menú, elegiré uno. Y al hacerlo, renunciaré a los otros 49 platos que se sirven allí. Incluso puedo imaginar a qué sabrían algunos de ellos, pero como ya he hecho mi elección, solo sabré realmente el sabor del plato elegido y los demás quedarán a mi imaginación.
¿Por qué menciono esto en esta reflexión? Porque es necesario comprender que elección es también, renuncia. Y cuando elegimos a Cristo, estamos renunciando a este mundo. Elegir a Cristo es renunciar al mundo, porque todas sus enseñanzas son contrarias a las de este mundo. Ser cristiano es vivir en la locura (1 Cor 1, 27), es ser odiado por el mundo (Mt 24, 9), ser objeto de burla de los demás (Salmo 22, 7) y ser perseguido (2 Tim 3:12). Por eso, es imposible elegir a Cristo y al mundo, porque son elecciones opuestas.
Veamos lo que dijo Jesús: “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo”. Una desafiadora palabra, ¿no? Elegir a Cristo es ponerlo primero, incluso antes que mis propios hijos.
Toda elección es una renuncia. Aún así, elijo a Cristo. ¿Y tu?
Oración: Señor, elijo a Jesús. Mi deseo es vivir como Él nos enseñó cuando estuvo aquí. ¡Amén!
Versículo base: “Si alguno viene a mí y no sacrifica el amor a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, y aun a su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.” (NVI) Lucas 14:26-27