La casa de mi padre
A principios de los 80, mi papá compró una casa, que fue donde crecimos. Todavía recuerdo el día de la mudanza, que fue el 1º de mayo de 1980. En esta casa viví desde mis 4 años hasta que cumplí 21, cuando tomé la decisión de irme de Ijuí para luchar por mi propio sustento y futuro. Mi padre falleció en 2015, después de estar 6 meses lejos de su casa, cuando estuvo bajo mi cuidado y de mi hermano André en Novo Hamburgo. Mi madre hasta el día de hoy sigue viviendo en la misma casa. Y aunque hace más de 25 años que no vivo en esta casa, cada vez que estoy allí me siento como en casa. Es imposible estar allí y no sentirse como se estuviera en casa. Porque es la casa de mi padre. Porque sé que soy bienvenido, porque sé que estoy a salvo allí.
De la misma manera, debemos sentirnos nosotros mismos en la presencia de nuestro padre. Cuando llega el mal día, hay que correr allí. En la presencia del padre encontramos refugio. “Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia”, dice el Salmo 46. No importa qué adversidad suceda, sé que puedo correr a la casa de mi padre, porque allí encuentro refugio.
Oración: Señor, en tu presencia encuentro refugio. Eres mi fuerza, mi ayuda en la adversidad. ¡Amén!
Versículo base: Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes. Hay un río cuyas corrientes alegran la ciudad de Dios, la santa habitación del Altísimo. Dios está en ella, la ciudad no caerá; al rayar el alba Dios le brindará su ayuda. (NVI) Salmos 46:1-5