El hijo perdido del rey

Hombre a caballo en la era medieval. 1 Juan 3:1

Esta historia cuenta de un hombre que vivió en Inglaterra alrededor del año 1580. Este hombre vivía en un pueblo lejano, al norte de Inglaterra, y tenía grandes necesidades. Era simple y humilde, todo lo que tenía era una pequeña cabaña y unos pocos metros de tierra para cultivar vegetales. Vivía con su esposa y 5 hijos.

Debajo de su cama, guardaba una vieja caja. En esa caja, recuerdos de su infancia, también humilde y sufrida. Entre sus pertenencias había un anillo con un sello, un escudo de armas, que había guardado después de la muerte de su madre, quien con mucha lucha y sola, había criado a su único hijo. Ante tanta necesidad, pensó en vender el anillo, tal vez tenía algún valor. Luego fue a un comerciante y le entregó el anillo. ¿Cuál fue su sorpresa cuando descubrió que era un anillo real, perteneciente a la reina Suzane II, quien había renunciado al trono y desaparecido con su pequeño bebé en 1522. Este hombre luego descubriría que no era ni más ni menos que el hijo de la reina Suzane II y del rey Ricardo XVI. Era el hijo perdido del rey.

Pensando en este cuento, concluyo que el hecho de ser hijo del rey no le sirvió de nada, hasta que supo quién realmente era y pudo reclamar su posición. No sirve de nada ser el hijo del rey y vivir sin los beneficios de la realeza, con hambre y necesidad.

La gran verdad es que muchos de nosotros vivimos de esa manera. No sabemos o no reclamamos nuestra posición: somos hijos del Rey, somos hijos de Dios. “Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos!” , 1 Juan 3: 1. Usted es, verdaderamente, hijo de Dios. Y como hijo de Dios, debes apropiarte de sus beneficios y sus promesas. Esto no significa una vida libre de luchas y problemas. Sin embargo, ser el hijo del Rey significa que puedes levantarte para enfrentar cada día, sabiendo tu condición y quién eres. Y luchar con la cabeza en alto.

Tu eres el hijo perdido, a quien el Rey quiere encontrar, rescatar y entregar su herencia. “Así que ya no eres esclavo sino hijo; y como eres hijo, Dios te ha hecho también heredero”, Gálatas 4: 7.

Oración: Señor, sé que soy tu hijo. Enséñame a vivir como un hijo de Dios, bajo tus promesas. ¡Amén!

Versículo base: ¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! ¡Y lo somos! El mundo no nos conoce, precisamente porque no lo conoció a él. Queridos hermanos, ahora somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que habremos de ser. Sabemos, sin embargo, que cuando Cristo venga seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como él es. Todo el que tiene esta esperanza en Cristo, se purifica a sí mismo, así como él es puro. (NVI) 1 João 3: 1-3

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