No nacemos con odio

Un corazón de hilos de tejer con una tijera enclavada. Salmos 141:4

Fue el 17 de junio de 2015. Durante un culto en la Iglesia Charleston en Carolina del Sur, un joven de 21 años ingresa a la iglesia, compuesta completamente por afrodescendientes, y mata a 9 personas, incluido el pastor de la Iglesia. Después de ser arrestado, el joven llamado Dylan Roof confiesa el crimen y explica la razón: “quería provocar una guerra racial“.

No conozco muchos detalles sobre la vida de Dylan Roof. Pero estoy seguro de una cosa: el no nació odiando a los negros. El joven Dylan Roof no nació con ninguna predisposición a odiar a los negros oculta en su ADN o en su mente. Ese odio fue puesto allí. Este odio es el resultado de una vida donde, día tras día, el odio fue plantado, regado y creció. Y creció tanto que llevó a un joven de tan solo 21 años a tirar su vida entera a la basura (fue sentenciado a cadena perpetua), además de terminar con la vida de otras 9 víctimas inocentes, a quienes ni siquiera conocía.

Por eso es tan importante cuidar nuestros corazones y el de nuestros hijos. Siempre debemos ser conscientes de los contenidos que alimentan nuestros pensamientos y convicciones. “No permitas que mi corazón se incline a la maldad, ni que sea yo cómplice de iniquidades”, Salmo 141: 4. Nada es más importante que cuidar a tu corazón. “Por sobre todas las cosas cuida tu corazón, porque de él mana la vida“, Proverbios 4:23.

Concluyo con la pregunta: ¿hablas lo suficiente con tus hijos para averiguar qué tienen en la mente y en el corazón? ¿Sabes cómo y con qué ellos alimentan sus pensamientos?

Oración: Señor, quiero cuidar mi mente, corazón y pensamientos. Y también quiero estar atento con mis hijos y ayudarlos a alimentar sus pensamientos con tu palabra. ¡Amén!

Versículo base: Señor, ponme en la boca un centinela; un guardia a la puerta de mis labios. No permitas que mi corazón se incline a la maldad, ni que sea yo cómplice de iniquidades; no me dejes participar de banquetes en compañía de malhechores. Que la justicia me golpee, que el amor me reprenda; pero que el ungüento de los malvados no perfume mi cabeza, pues mi oración está siempre en contra de sus malas obras. (NVI) Salmos 141: 3-5

Loading

Compartilhe:

Adicionar um Comentário

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *