La muerte

Recuerdo mucho de mi infancia, las visitas al cementerio, el 2 de noviembre. Visitábamos la tumba de mi hermano Marcos Davi, la limpiábamos, poníamos flores. Y aunque sabíamos que el no estaba allí, sino en los brazos del padre, era una forma de recordárselo. También recuerdo que me gustaba caminar por el cementerio y observar las fechas de nacimiento y muerte, descritas en las tumbas, para contar cuántos años vivió cada persona. Y luego, trataba de imaginar cómo había sido su vida.

Hablar de la muerte es algo extraño. A pesar de ella ser tan común para nosotros los humanos, no nos gusta hablar de ella. Si alguno de nosotros dice algo como “cuando me muera …“, el oyente responde inmediatamente “¡cállate por favor!” Llega a ser un tema prohibido. Es molesto. Es incómodo. Nos deja angustiados.

Sin embargo, siempre entendí que el 2 de noviembre no es solo una fecha para recordar a los fallecidos. También es un gran día para recordar que todos vamos a morir. “¿Qué hombre puede vivir y no ver la muerte, o deshacerse del poder del sepulcro”, Salmo 89:48. Sin embargo, solo hay una forma de prepararse para la muerte: ¡vivendo!

Es viviendo como me preparo para la muerte. Viviendo correctamente y siguiendo todo lo que aprendo de la palabra de Dios. Recuerdo una frase muy interesante del exjugador Paulo César Tinga que dice:

“Lo que hago por mi vida, morirá conmigo. Sin embargo, lo que hago por los demás, permanecerá”.

Una vida egoísta termina ahí mismo en la tumba, en un cementerio. Todo lo que ha logrado una persona muere con ella. Sin embargo, una vida dedicada a los demás, permanecerá. Porque incluso cuando me haya ido, el legado, los frutos, permanecerán en la vida de otros.

Oración: Señor, no importa cómo o cuándo muera. Solo importa cómo viví. Ayúdame, Señor, a vivir una vida que te agrade y que sirva a los demás y no solo a mí mismo. ¡Amén!

Versículo base: ¿Quién hay que viva y no muera jamás, o que pueda escapar del poder del sepulcro? (NVI) Salmos 89:48