“Si puede ser complicado, ¿por qué hacerlo fácil?”

Un dicho que mi madre siempre repetía para enseñarnos cómo hacer las cosas más fáciles era este: “Si puede ser complicado, ¿por qué hacerlo fácil?” El contraditório dicho era para hacernos darnos cuenta que debíamos buscar la simplicidad. Así, pude crecer pensando en buscar la sencillez en mis acciones. Terminé desarrollando una cualidad que creo que fue muy importante en mi crecimiento profesional: ¡la sencillez en mis acciones!

Me gusta pensar que nada en la vida es fácil. Pero todo puede ser sencillo. Emprender, por ejemplo, no es fácil y nunca lo será. Pero no tiene por qué ser complicado. ¡Puede ser sencillo! Una idea de negocio debe ser simple de explicar, comprender y ejecutar. La dinámica de una empresa requiere procesos simples y no complejos, porque la complejidad nos lleva a cometer errores y ralentiza los procesos. Por otro lado, una relación también debe ser simple. ¡No fácil, pero sí simple! Una relación puede ser sencilla cuando define y cumple los roles de cada uno en la relación. Finalmente, podemos ser sencillos en la vida cotidiana, en el diálogo, en la comunicación.

La sencillez es muy diferente a la facilidad. ¡Mientras la simplicidad es una elección, la dificultad la impone la vida o el camino! ¡Escalar una montaña puede ser difícil! Sin embargo, puede también ser simple, si llevas solo lo básico y lo necesario o puede ser complejo, si llevas una carga muy pesada.

Observemos que las actitudes simples pueden cambiar el día de alguien: ¡un buen día sincero, un abrazo apretado, un dulce sorpresa en la mesa de trabajo, una invitación a un café o una “nota de amor”!

¡Sea simple! ¡Hazlo simple! Pero claro … ¡¡complicado también se puede !!

Oración: Señor, quiero ser sencillo en mis actitudes, procesos y decisiones. Líbrame, Señor, de la complejidad. ¡Amén!

Versículo base: El Señor protege a la gente sencilla; estaba yo muy débil, y él me salvó. (NVI) Salmos 116:6