Don Diamond

Esta es una historia poco conocida, pero verdadera. En 1960, Estados Unidos estaba experimentando el apogeo de la segregación racial, donde había lugares para blancos y otros para negros. Un hombre negro, conocido como Don Diamond, decidió rebelarse contra el sistema de segregación, y cada vez que ingresaba a un determinado lugar, iba directamente a la zona destinada a los “blancos” y se sentaba allí.

Obviamente, Don Diamond no era bien visto allí y fue blanco de indignaciones, ofensas y agresiones por parte de varias personas. Don Diamond, sin embargo, nunca decía nada. Su protesta era silenciosa y pacífica. Se quedaba allí sentado, en silencio y resistia el mayor tiempo posible.

Esta historia me enseña que siempre es posible hacer algo. Sin armas, sin gritos y sin violencia, Don Diamond luchaba por algo simple, que era su derecho a estar en cualquier lugar y no ser discriminado por su raza o color. Nunca ofendió a nadie, nunca atacó a nadie. Y de una manera extremadamente inteligente, hizo valer su protesta.

Quizás tú y yo tenemos cosas por las que luchar. Y no estamos usando las armas adecuadas. Es probable que peleemos, discutamos y en ocasiones incluso ofendamos a otros para afirmar nuestra “posición”. Sin embargo, “la mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz”, Romanos 8: 6.

Oración: Señor, quiero aprender de esta historia. Quiero tener la sabiduría para saber actuar y hacer valer mi posición y mis derechos, sin gritar, ofender ni agredir. ¡Amén!

Versículo base: Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz. La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios, pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios. (NVI) Romanos 8:5-8