Para juzgar, primero debes ser justo

En Juan, capítulo 8, encontramos a Jesús en el templo y los fariseos tratando de ponerlo a prueba trayendo a una mujer adúltera y preguntándole a Jesús qué debían hacer con ella: “esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla; ¿tú qué dices?”, preguntaron.
La respuesta de Jesús trae una gran lección, no sólo para aquellos fariseos, sino especialmente para ti y para mí. Él dijo: “¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!”
Es interesante analizar la respuesta de Jesús porque nos enseña algo muy importante: para juzgar, primero hay que ser justo. Y eso nos elimina a todos de cualquier posibilidad de ser jueces. Sólo Dios es justo para juzgar y condenar a alguien.
Podemos ver que Jesús no negó el pecado de aquella mujer. Él nunca dijo que fuera un juicio injusto. Tampoco cuestionó la ley de Moisés, que incluso establecía el castigo que ella merecía. Lo único que puso en “jaque” fueron a sus acusadores.
Sigo pensando en todas las veces que juzgo a los demás. Es fácil mirar a mi esposa, a mis hijos o a mi hermano en la iglesia y ver sus errores. Pero necesito recordar que tengo tantos defectos como ellos.
Esta reflexión es una invitación a abandonar definitivamente todo juicio. El juicio pertenece sólo a Dios.
Oración: Señor, quiero dejar atrás todos mis pensamientos de juicio hacia los demás. Que toda mi atención esté en ser más justo y cumplir tu palabra. Amén.
Versículo base: Jesús regresó al monte de los Olivos, pero muy temprano a la mañana siguiente, estaba de vuelta en el templo. Pronto se juntó una multitud, y él se sentó a enseñarles. Mientras hablaba, los maestros de la ley religiosa y los fariseos le llevaron a una mujer que había sido sorprendida en el acto de adulterio; la pusieron en medio de la multitud. «Maestro —le dijeron a Jesús—, esta mujer fue sorprendida en el acto de adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla; ¿tú qué dices?». Intentaban tenderle una trampa para que dijera algo que pudieran usar en su contra, pero Jesús se inclinó y escribió con el dedo en el polvo. Como ellos seguían exigiéndole una respuesta, él se incorporó nuevamente y les dijo: «¡Muy bien, pero el que nunca haya pecado que tire la primera piedra!». Luego volvió a inclinarse y siguió escribiendo en el polvo. Al oír eso, los acusadores se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los de más edad, hasta que quedaron solo Jesús y la mujer en medio de la multitud. Entonces Jesús se incorporó de nuevo y le dijo a la mujer: —¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ni uno de ellos te condenó? —Ni uno, Señor —dijo ella. —Yo tampoco —le dijo Jesús—. Vete y no peques más. (NVT) Juan 8: 1-11